
Correspondencia: Dr. Rafael Jiménez Bonilla
Apartado 638-1007
Centro Colón, Costa Rica
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El doctor Elías Jiménez Fonseca nació en 1938 en San José, Costa Rica, y falleció en esa misma ciudad el 1 de marzo del presente año. A sus 17 años, después de la abrupta muerte de su padre por insuficiencia cardiaca, se trasladó con su madre y dos hermanos a la Ciudad de México para cumplir su sueño de estudiar Medicina en la UNAM. Al igual que toda su familia, se hizo mexicano de corazón. Una vez graduado de médico con honores (1961), estudió Pediatría en el Hospital Infantil de México, donde después de conseguir su añorada especialidad (1965), decidió hacerse hematólogo al lado del gran Maestro mexicano, el Dr. Samuel Dorantes Mesa.
Luego de 10 años de residir en México, regresó a su tierra natal para ser el primer hematólogo pediatra de Costa Rica. Tuvo la suerte de que en su país acababa de crearse el Hospital Nacional de Niños, al que se incorporó de inmediato como Jefe de Hematología y también a la docencia universitaria en la Universidad de Costa Rica.
Poco después, al darse cuenta de que el Hospital Saint Jude de Memphis había establecido la terapia total para el tratamiento de los niños con leucemia, viajó a ese centro para tratar de poner en práctica los novedosos tratamientos. Ahí estableció gran amistad con el Dr. Rhômes Aur, responsable en aquel momento de los tratamientos de niños con leucemia linfocítica. Esto lo convirtió en pionero de las curaciones de los niños leucémicos costarricenses. No satisfecho de sus logros, se incorporó al Grupo Latinoamericano para el Tratamiento de Leucemias y Hemopatías Malignas creado por su entrañable amigo, el Dr. Santiago Pavlovsky, con lo que el Hospital Nacional de Niños obtuvo niveles impresionantes de supervivencia y curación de los pacientes con leucemia, y se transformó en el primer centro que realizó trasplantes de médula ósea en América Central.
Dirigió durante más de 30 años los destinos del Hospital Nacional de Niños, ya fuera como director o subdirector, y en 1975 creó el primer Comité Ético Científico del país y de Centroamérica. Posteriormente fue nombrado Presidente del Seguro Social de Costa Rica, que abarca el cien por ciento de los hospitales del país, donde realizó una magna labor como jerarca de la más grande institución médica costarricense, consiguiendo financiamiento para muchas obras, como el moderno edificio de Especialidades Médicas del Hospital Nacional de Niños.
Otro de sus grandes logros fue la creación del primer programa de Hematología en su país, con el que logró formar hematólogos pediatras, no sólo de Costa Rica, sino de varios países de Latinoamérica, que son en la actualidad jefes en sus respectivos hospitales.
Al darse cuenta que el voluntariado era necesario para obtener mejores resultados en los niños con cáncer, organizó un grupo de personas que hoy conforman la Asociación de Lucha contra el Cáncer Infantil, sin la cual no se hubiera podido atender a los miles de niños con esos padecimientos. Esta institución mantiene en la actualidad un albergue para los pequeños y sus padres que viajan de zonas rurales para recibir tratamiento en el Hospital Nacional de Niños, y paga el transporte y sepelios, así como personal especializado, equipo médico y medicamentos.
Fue presidente y fundador de la Asociación Costarricense de Hematología, vicepresidente de la Academia Nacional de Medicina, presidente de la Asociación de Investigación Clínica, miembro de múltiples asociaciones médicas internacionales y un asiduo luchador para que en Costa Rica se estableciera una ley específica de investigación biomédica, que convirtió a su país en el primero de Latinoamérica en tener una ley en ese sentido.
Sus grandes atributos, que lo hicieron sobresalir del promedio y transformarse en un hombre extraordinario, fueron varios, entre los que cabe citar su preclara inteligencia, que lo hizo conformar grupos multidisciplinarios y delegar funciones en sus subalternos para que descollaran en sus labores. Es común entre los grandes hombres ser sencillos y no tratar de imponer sus ideas a la fuerza, sino a base de convencimiento y basado en los mejores razonamientos y experiencia en el campo; así fue él.
No conforme con lo que hacía, siempre buscaba un nuevo sueño por el cual luchar. Las personas superiores emiten una luz constante que irradia a los que se les acercan. Por eso logró establecer diferentes grupos de amigos, que serán los responsables de continuar su obra.
Era amante del deporte, la lectura, la música clásica y auspiciador de la Orquesta Sinfónica Nacional. Disfrutó cada momento junto a sus tres hijos, siete nietos y su esposa Cecilia, con la cual estuvo casado 55 años.
Nunca perdió su vínculo con la Hematología mexicana. En los congresos de la Agrupación Mexicana para el Estudio de la Hematología y en diferentes foros pediátricos, se hacía presente para disertar sobre distintos temas de su especialidad; últimamente acerca de los problemas de comportamiento en niños que habían tenido anemia por deficiencia de hierro en las primeras etapas de su vida y que lamentablemente quedaron con secuelas permanentes, estudios realizados con la pediatra estadounidense Betzy Lozoff.
Entre sus innumerables publicaciones pueden citarse no sólo las de su especialidad hematológica, sino capítulos y libros de Pediatría para médicos y padres. Lamentablemente, en la magna obra de la Hematología: la Enciclopedia Iberoamericana, dirigida por el insigne médico español don Antonio López Borrasca, tuvo que declinar su participación como autor. En aquel momento su hijo varón había muerto en un accidente automovilístico.
El Maestro Jiménez fue un ser humano excepcional que supo implantar ideas que prevalecerán por muchísimos años. Nadie de los que estuvo a su lado podrá jamás decir que no fue conmovido por su gran poder de síntesis, por la casta que sacaba ante las emergencias, pero sobre todo, porque valoraba por igual al más humilde de los trabajadores del hospital que a las autoridades superiores. Podría decirse que fue un verdadero caballero andante, por inculcar en sus discípulos la universalización del conocimiento y el uso de principios y valores morales que los convirtieron, sin duda, en mejores seres humanos.
Al despedirlo sentimos tristeza, pero a la vez un gran orgullo de haber podido estar a su lado durante más de cuatro décadas.