
Correspondencia: Dr. José Ramón Remolina Vettoretti
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Este artículo debe citarse como
Remolina-Vettoretti JR. Curado. Rev Hematol Mex 2014;15:202-204.
En el diálogo entre el médico y el paciente, curación es una palabra mágica. Cuántas veces ejerciendo como tales no hemos deseado poder dar esa noticia a quien confía en nosotros para su atención. No es fácil llevar a un desconocido nuestra intimidad, nuestra confianza, nuestra esperanza y recibir el resultado que esperábamos. Como pacientes es la palabra que anhelamos escuchar los que alguna vez hemos estado en esa tesitura. Como médicos, de qué argumentos nos podemos valer para decir que hemos curado a alguien. Creo que idealmente, como algunos de los maestros referían, lo único que cura es la cirugía. Bueno, es un punto de vista simplista, aunque también realista. Una vez que hemos retirado el quiste de ovario torcido que afectaba a la paciente podríamos hablar de su curación; sin embargo, un purista de la investigación nos refutaría que lo importante es saber realmente por qué apareció ese quiste. En fin, parece que todo es como diría Einstein, relativo.
He pasado por varios procesos de curación, de una fractura de cadera, de un tumor del estroma gastrointestinal y ahora, desde hace un año, de leucemia. El tránsito ha sido por el proceso de quimioterapia, trasplante y posterior estimulación medular y ahora de la vigilancia para que persista el éxito del trasplante. La fragilidad del proceso de curación es tal que llega a casos de paranoia o cuando menos de preocupación extrema, como lo sucedido en el mes de enero de este año, en que el estudio determinante de la existencia de células anormales (BCR/ABL) mostró un porcentaje de 0.26% de anormalidad que alarmó, por lo que se efectuaron nuevamente estudios en función de que posiblemente la elevación se debía al cambio en la tecnología del laboratorio. Así fue, y el 29 de enero se encontró disminución del BCR/ABL a 0.05, que tranquilizó nuestros ánimos. Estar fluctuando en estas cifras puso en evidencia la fragilidad de mi estado. Es la existencia de un cromosoma anormal, como en este caso, o es la administración de un medicamento equivocado, o es la cifra impresa en la página de un resultado de laboratorio; son tantas cosas las que determinan nuestra tranquilidad o nuestra angustia. Es una verdadera lección todo esto que está sucediendo, una lección de humildad, de paciencia, de naturaleza humana de fragilidad y de esperanza. Nuevos estudios revelan que otra vez aumentó el porcentaje de anormalidades; el 28 de febrero se encuentra en 0.11%, por lo que mi Médico decide administrar quimioterapia de nuevo, lo que yo creía ya había quedado superado, así que otra vez un mes y medio de efectos secundarios, prurito, exantema, dolor de cabeza, hinchazón, elevación de la presión arterial, insomnio, náuseas, incapacidad de apreciar el sabor de los alimentos y una serie de eventos más, pero sobre todo en el ánimo; la sensación de impotencia, de indefensión, de incertidumbre que pega y, por otro lado, el compromiso conmigo y con mi gente, todos, familia, amigos, compañeros de decir, no me echo para atrás, no me amilano, sigo y hago lo necesario para intentar que se revierta este tropiezo.
Así sucede y mes y medio más tarde, a mediados de abril, se suspende el medicamento agresivo y se corrobora la negatividad en los estudios efectuados a fines de mayo, en que se comprueba que no hay detección de células anormales. Ya no tomo nada de medicamentos, ni siquiera el inmunosupresor desde mediados de junio y el panorama ha cambiado. La irritabilidad que tenía ha disminuido y los estudios generales efectuados el mes de julio muestran, en general, buenas condiciones. Seguramente han bajado mis defensas, por lo que he tenido herpes cutáneo, con neuropatía brava en la pelvis, los muslos y las piernas, bronquitis, algunos episodios de diarrea; en fin, algunas recordaditas de que hay que cuidarse y esperar los nuevos estudios de BCR/ABL que determinan la cantidad de células anormales existentes. A ver qué tal.
Esto ha motivado que reflexione acerca de lo endeble de mi estabilidad o, más bien, lo inexistente de la estabilidad y qué tan en un hilo tenemos nuestros sentimientos, con qué facilidad, con un nuevo resultado, podemos pasar de la felicidad a la angustia y hasta cuándo terminará esto. ¿Realmente llegaré a tener en algún momento un respiro definitivo o continuaremos preocupándonos? ¿Cuándo se podrá pronunciar en definitiva la palabra curado? No hay garantía de nada en la vida, es por demás sabido, pero dentro de lo que decíamos, lo relativo, ¿habrá algún porcentaje de certeza?
Tal vez pido demasiado, tal vez debería estar contento y conforme con lo que ha sucedido, bendecir mi evolución y confiar en que así va a continuar y, de hecho, lo hago, pero los golpecitos que se presentan me ubican en lo volátil de la realidad y me hacen cargar nuevamente de optimismo y esperanza mi diario. Esto es seguramente lo que sucede y conocemos como el vivir día a día. Parece que no hay más remedio, así lo debo hacer, aunque a veces en mi necedad y obcecada pretensión quisiera que las respuestas existieran y fueran definitivas. En este asunto de la Medicina, en este asunto de la enfermedad, en este asunto de la vida, el 100% no existe; es fácil decirlo, pero cuesta trabajo entenderlo, asimilarlo, aceptarlo y, sobre todo, conducirse con esa verdad como permanente y definitiva guía en el diario camino.
Entiendo el fastidio y la resistencia de mis pacientes a los tratamientos, la rebeldía de mi madre a continuar con sus medicamentos, lo aburrido, tedioso y preocupante que es estar con fármacos que sabemos tienen efectos secundarios y adivinar qué tan intensos serán en ésta o en la próxima ocasión en que necesite tomarlos. Desde luego que soy objetivo y doy gracias de cada día que sobrevivo a tan especial prueba que hemos pasado todos los que se han interesado en mi proceso, pero no nos conformamos, quisiera saber que esto ya es definitivo, que ya se terminó, que el telón ha caído, pero no, hay que esperar a ver el siguiente ensayo, comprobar que la obra está completamente montada, que el director no necesita que algunas escenas se repitan o se ensayen nuevamente para perfeccionarlas o corregir algún detalle por la exigencia de la perfección.
Aquí sigo, actor involuntario en esta trama, que me hace recordar las lides teatrales en que participamos con mi familia en el grupo de Clínica Londres, ensayos sufridos, arduos, que nos unieron y fortalecieron, nos hicieron crecer como personas y como grupo y finalmente apreciar el éxito, desgraciadamente efímero, pero satisfactorio, esperando que la próxima presentación sea mejor.